lunes, 21 de enero de 2008

Don Epígono Senil Entreldueroybidasoa



Juan: a diferencia del caso de doña Marmoletina, no hay constancia de que don Epígono haya muerto, ni siquiera de que haya nacido. Quede de momento en suspenso el grito enfático con el que vitoreamos a los santos varones. ¡Sannnnjjjjj!

Los padres, o no, de don Epígono Senil Entreldueroybidasoa eran amigos de la vida alegre. Enviudaron rápidamente el uno del otro, porque en el fondo les gustaba más ser viudos que casados, pero mantuvieron buena relación después, hasta el punto de que instalaron ataúdes en lugar de catres, candelabros en lugar de luminarias, y se vistieron de negro hasta el final de sus días. Eso sí, católicos como el que más, abandonaron la cópula conyugal para no pecar de necrófilos, y sólo se daban un besito de buenas noches en los jarretes y en el Monte de Piedad. Por eso piensan algunos que don Epígono nunca llego a nacer.

Sin embargo, estando un día de juerga en un salón de twist, al levantar doña Sésama Ropavieja y Demastrapos, madre o no de don Epígono, al levantar, digo, la corva en medio de un complicado gesto de swing, notó un escurrírsele algo entre las ingles, pero no le dio más importancia de la que damos a encontrar un sapo en la ducha esperando a que escampe, y siguió meneando los glúteos mientras su marido, don Salmonete de Vivero Numi, se arrimaba con intenciones aviesas a un enano de jardín, para ira y vilipendio de doña Sésama, a la que no pudieron convencer los argumentos de su difunto marido, que insistía en que sólo pretendía retocarle el barniz del gorrito. “Entonces... ¿por qué tienes la bragueta manchada de yeso?”, preguntaba ella. Porque era viuda, no tonta.

En fin, don Epígono, pues de él se trataba, que estuvo toda la noche colgando del cordón umbilical al ritmo del charlestón, acabó cayendo al suelo y de patada en patada, fue rebotando entre las parejas de baile como si el salón fuera un pinball, que en español se llama millón. Y cuando llegó a cien mil puntos, Juan, ¡cuando llegó a cien mil puntos! ¿Qué creéis que pasó? ¡Nada! ¿Nada? ¡Nada! Fue tan desdichada la vida de este varón modélico que, justo cuando alcanzaba los cien mil puntos y estaba a punto de echar su primer diente de oro, pasó bajo la falda de doña Fabe Trébede-Trébede-Tre, que asistía a los actos de sociedad con la ingle libre y feroz, y lo que allí vio le detuvo la patata justo cuando echaba su primer calostro. Acabó sus días en la cuna fúnebre que sus padres viuditos habían dispuesto para él, y celebraron antes el funeral que el bautizo, sin que pudiera demostrar al mundo las hazañas de las que era capaz.

¡Sannnnnj!

martes, 8 de enero de 2008

Don Retortijones Fuertes de Cervantes y Saberlo



Hoy traemos a colocación la vida de un ilustre señor fajado de la vida y fajitas de ternera. Su nombre no es baladí ni juandedios, ni siquiera caucásico o hipermetrópico. Su nombre es, Luis, y lo voy a decir en bajito para que no nos oiga nadie: Don Retortijones Fuertes de Cervantes y Saberlo. Sus amigos lo llamaban Retor, porque todo se lo metía por ahí, y claro, luego no había quien le pusiera una lavativa...

Su vida transcurrió entre algodones y pamplinas, más pamplinas que algodones, lo que causaba que cuando se caía, le doliera. Si no le dolía él no era feliz. Fue el primer caso de masoquismo conocido en su familia, pero no fue el único que existió sino más bien al contrario: fue el único.

Su muerte es capítulo de otro libro y otra historia, y por hoy tenemos suficiente para que duerma la criatura. Y si no, le cantamos una NANA:

Arrorró mi niiiño
duérmete ya mi amooor
que si no viene Retorr
y te mete una lavativa que te cagas...

Esto es todo por el momento, Luis.